Regreso
a vosotros con una nueva entrada sobre Islandia. Hay tanto que ver en este país
tan maravilloso que no puedo dejar de escribiros cosas sobre él ;-)
Nos
quedamos en la ciudad de Akureyri, en la que no nos quedamos para visitar.
Aunque había leído que tiene bastantes cosas para hacer, en este viaje nos
llamaba más la naturaleza que la visita a ciudades, de las que pensábamos tener
ración suficiente con la capital. Además
nos esperaba un largo viaje de carretera de mas de 300 kms, y queríamos hacer
varias paradas por el camino. Nuestro destino final de ese día era el pequeño
pueblo de Hólmavík.
Tras
atravesar el escénico valle de Öxnadalur, la primera parada del día fue en Glaumbær,
museo al aire libre formado por una típica granja islandesa con techo de turba del
siglo XVIII, una de las últimas que se conservan en buen estado tanto por fuera
como en el interior. La granja-museo se puede visitar por dentro, donde se
pueden apreciar las habitaciones de la granja tal y como era antiguamente. Se
conservan además multitud de objetos de la época, como los muebles, los
utensilios de cocina y de labranza y objetos personales de los antiguos dueños.
En mi opinión es una visita muy interesante que permite conocer el estilo de
vida de los islandeses de hace un par de siglos, aunque vimos poca gente que se
parase a visitar el interior, y la mayoría daba sólo una vuelta alrededor del
edificio. Una pena. Para que podáis apreciar como es por dentro, os dejo un par
de fotos.
Después
de la granja-museo paramos brevemente en la iglesia de Vídimyrikirkja, también
edificio típico islandés, de 1834.
Nuestra
siguiente parada fue ya en la Península de Vatnsnes, donde queríamos ver la
colonia de focas de Hindisvík. Aunque no vimos muchas focas, desde allí pudimos
hacer un pequeño sendero a pie hasta Hvítserkur, un pilar de roca que emerge
del mar frente a la costa. Es un sitio bastante bonito, una buena parada para
descansar del largo camino hasta lo Fiordos del Oeste.
Tras
esta breve visita, seguimos directamente hasta Hólmavík, haciendo solo paradas
cortas a lo largo de la costa cuando veíamos algún lugar bonito. Hólmavík es
una buena puerta de entrada a los Fiordos del Oeste, un pequeño pueblo pesquero
con casitas de colores y un curioso museo sobre brujería que os recomiendo
visitar (http://www.galdrasyning.is/). En Hólmavík decidimos dormir
en el camping local, que lamentablemente no ofrece muchas comodidades aunque si
buenas vistas de la bahía en la que se encuentra situado el pueblo.
A la mañana siguiente comenzamos
nuestra ruta por los famosos Fiordos del Oeste, sobre los que habíamos leído
todo tipo de opiniones. En principio queríamos ir por el norte (pasando por Reykjanes, Súðavík, Ísafjörður, Þingeyri...),
pero nos comentaron en un par de sitios que las carreteras son complicadas y
muchas son de grava, por lo que aunque la distancia sea pequeña se tarda mucho
en hacer esa ruta. Como sólo teníamos un día y medio (teníamos ya billete en
ferry comprado con antelación), pues improvisamos e hicimos los fiordos por el
sur, eso sí, con la idea en mente de llegar a la Península de Látrabjarg,
que era también el destino final de la otra ruta.
Fiordos del Oeste
Con el nuevo recorrido en mente,
salimos de Hólmavík en dirección a Látrabjarg, y por el camino queríamos parar
en todos los sitios que nos llamaran la atención. Los fiordos no son tan
impresionantes por el sur, pero ya habíamos visto los del este, así que no era
tan malo. Pero hubo una cosa que no estaba en nuestro nuevo plan y que nos
estropeó bastante el día: una niebla super espesa a través de la que se veía
más bien poco del camino que tan bonito nos imanábamos. De vez en cuando
despejaba por unos minutos, y veíamos retazos de fiordos que se antojaban
preciosos, pero poco más. Después de varias horas de conducir por una carretera
de cabras, llegamos a Flókalundur, y como seguía habiendo mucha niebla,
decidimos hacerle un quiebro y tomamos el siguiente desvío a la derecha, hacia
la catarata de Dynjandi. Que buena idea, fue alejarnos del mar y salió el sol,
y encima el camino para llegar a la catarata es impresionante, con vistas del
fiordo Arnarfjördur. Os dejo unas fotos para que veáis que maravilla de sitio y
que maravilla de vistas. Y para no defraudar, la catarata es otra maravilla de
la naturaleza, de unos 100 metros de altura y formando un curioso triángulo en
la caída, y el río desemboca en el fiordo, que es también muy bonito.
Vista de los fiordos de camino a Dynjandi
Dynjandi
Después de esta parada volvimos
por el mismo camino, esperando que con un poco de suerte la niebla se hubiera
disipado al llegar al mar. Un poco menos había, pero aún no se veía del todo
bien. Seguimos hacia la Península de Látrabjarg, donde queríamos ver los
acantilados, el faro y las playas de Rauðisandur
y Breiðavík. Pero nada, la niebla nos acompaño todo el día, así que poco
pudimos hacer.
De camino a la playa de Rauðisandur pasamos por un curioso barco
varado en la arena. Escalando por un lado pudimos entrar y recorrer los
pasillos vislumbrando algo de los destrozados camarotes. No sé que pinta el
barco ahí, pero es genial. Por cierto, nos atacó otro pajarraco, están por todas
partes! A la playa, famosa por su arena roja, no pudimos llegar. Después de
seguir una tortuosa carretera (con unos acantilados escalofriantes y sin
quitamiedos), llegamos al punto donde se aparca y desde el que se puede ir
andando hasta la playa, que es una lengua de arena separada por un brazo de mar
y a la que sólo se puede acceder por un punto a pie. Bueno, había tanta niebla
que no pudimos encontrar el sitio por donde acceder, así que solo vimos la
playa de lejos y entre jirones de niebla. Y lo peor es que nuestros amigos los
pájaros volvieron a atacarnos, y esta vez eran muchos más. Os dejo un vídeo
para que juzguéis vosotros mismos.
Raphael siendo atacado por un pajarraco, con el barco al fondo
Playa de Rauðisandur
Los pájaros asesinos
Después
continuamos hacia los acantilados de Látrabjarg, con la intención de parar de
camino en la otra playa, la de Breiðavík, está conocida por su arena dorada y
sus aguas azules. Tampoco pudimos verla, la niebla lo engullía todo... siendo
incluso peor en los acantilados, donde sólo se veía algo a una distancia máxima
de medio metro. Eso sí, a pesar de la niebla pudimos disfrutar de uno de los
propósitos de visitar los acantilados: los frailecillos. Estos acantilados, de
unos 400 metros de altura, son zona de anidamiento de numerosas especies de
aves, entre ellas los famosos frailecillos, que curiosamente en este punto no
se asustan en absoluto de las personas, así que te puedes acercar a ellos para
observarlos a escasos centímetros. Son muy bonitos, para muestra un botón:
Llegó la hora de decidir dónde
dormir. Teníamos pensado dormir en el camping cercano a los acantilados, pero
con semejante niebla la humedad era altísima, así que decidimos dormir en el
Hotel Látrabjarg, situado en una antigua escuela a pocos metros de la playa de Breiðavík,
con la esperanza de poder disfrutarla por la mañana antes de ir a coger el
ferry hacia Stykkishólmur. El hotel ofrece buenas habitaciones a un precio
bastante económico para lo que es Islandia (unos 90 euros). Además conocimos a
varias españolas que estaban trabajando allí y nos contaron como habían
conseguido el curro, lo que se gana allí y otras cosas interesantes de la vida
en Islandia.
Por la mañana nos levantamos
super temprano con la esperanza de poder ver la playa y los acantilados sin
niebla antes de conducir por la tortuosa carretera de los fiordos hasta el
punto donde debíamos coger el ferry. Tuvimos suerte y la niebla casi se había
disipado, así que después de desayunar dimos un breve paseo por la playa y
después subimos de nuevo al acantilado. Era tan temprano que no había nadie más
allí, y pudimos disfrutar de las vistas y de los frailecillos sólo para
nosotros. Os dejo un par de fotos de la zona.
Playa de Breiðavík
Acantilados de Látrabjarg
Después de la última visita en
los fiordos del oeste, nos dirigimos con el coche hacia Brjánslækjar, el lugar
donde se cogen el ferry Baldur hacia las islas de Flatey y hacia Stykkishólmur, uno de los puntos
de entrada a la Península de Snæfellsnes. Os dejo el enlace de la página del Ferry
Baldur (http://www.seatours.is/FerryBaldur/), donde os recomiendo reservar
con antelación si no os queréis quedar en tierra (sobre todo si váis con
coche).
Llegamos a Stykkishólmur en algo
menos de tres horas, parando antes en Flatey, una mini isla habitada sólo por
unas cuantas personas. Esa noche teníamos reserva en el Hostel de Grundarfjörður, uno de los mejores de los que
visitamos en Islandia, con buenas habitaciones, acceso a internet gratuito, una
cocina bien equipada... Entre Stykkishólmur y Grundarfjörður paramos en varios sitios por el camino para disfrutar del
paisaje. La verdad es que las vistas por esta zona son maravillosas, uno de los
sitios más bonitos de Islandia. La península alberga el PN de Snæfellsjökull,
cuyo nombre proviene del volcán a través del que los protagonistas de “Viaje al
Centro de la Tierra” de Julio Verne comienzan su odisea bajo tierra. De camino
pasamos por un sitio en el que yo me moría de ganas de parar pero Raphael no quiso:
el museo de Bjarnarhofn. ¿Que de qué es el museo? Mmmmm, es una granja que se dedica a preparar
una de las especialidades islandesas: tiburón podrido. Si... habéis leído bien,
eso se come! Estoy segura de que me hubiera muerto del asco, pero soy una
viajera a la que le gusta probar de todo (o casi, no me veo comiendo sopa de
ojos o sesos de mono al estilo de Indiana Jones). Por eso quería pasarme por
allí, pero Raphael se negó en rotundo. Una pena. Por si vosotros os animáis,
aquí os dejo el link del museo: http://www.bjarnarhofn.is/
Cuando llegamos al hostel aún no
era muy tarde, así que nos dio tiempo a visitar un par de sitios antes de la
cena. Paramos en Öndverdarnes, donde se puede disfrutar de un par de faros,
acantilados, campos de lava o la bonita playa de Skarðsvík. Una zona muy
bonita. De ahí continuamos por la carretera hacia la playa de Dritvík y Djúpalónssandur,
una playa de cantos rodados de origen volcánico, muy interesante para dar un
paseo disfrutando de los pináculos volcánicos que sobresalen en ambos bordes de
la playa. De vuelta al hostel paramos en el cráter del Haxholl, desde cuya cima
se disfrutan una buenas vistas de los cráteres y campos de lava de la zona.
Öndverdarnes
Djúpalónssandur y playa de Dritvík
Vista desde el cráter del Haxholl
Después de un día tan largo
dormimos a pierna suelta. Al día siguiente nos quedaba un largo camino
conduciendo de vuelta a Reykjavík, la
última parada de nuestro viaje. De esta maravillosa ciudad os hablaré en otro
post que cierre el viaje a Islandia. Sin embargo antes de despedirme os cuento
brevemente las paradas que hicimos de camino a la capital, todas en la
Península de Snæfellsnes.
La primera visita fue al faro
de Malariff, desde donde hicimos un pequeño
recorrido a pie hasta los pilares rocosos de Lóndrangar. La parada fue breve, y tras ella continuamos hacia el
pequeño pueblo pesquero de Hellnar, del que parte un escénico sendero de 2.5
kilómetros hasta el siguiente pueblo, Arnarstapi. El sendero
serpentea a la orilla del mar entre curiosas formaciones rocosas, columnas de
basalto y cuevas. Teníamos intención de hacerlo entero y volver, pero a mitad
de camino comprendimos que el paisaje era todo igual, y no había mucho más que
ver, así que volvimos antes de tiempo a Hellnar.
Nuestra
siguiente parada fue el maravilloso Cañón de Raudfeldsgjá. La verdad es que
este no estaba en nuestros planes, pero lo vimos desde el coche y nos llamó la
atención, así que decidimos acercarnos andando. Es una garganta entre altísimas
paredes de roca por cuya base corre una pequeña corriente de agua. Se dice que
en ella se oculta un troll que fue expulsado allí por su hermano. Se puede
explorar el cañón a pie, aunque cuanto más te adentras en él más estrecho y
difícil se vuelve. A pesar de no estar en nuestros planes creo que fue la mejor
visita del día.
Después
del cañón, sólo paramos brevemente en la Iglesia de Búdir, del siglo XIX, y en
las playas de Breiðavík y Búðavík, de arenas grisáceas. Nos hubiera gustado
hacer alguna parada más, pero el camino hasta Reykjavík era largo, y teníamos
que llegar con tiempo para buscar el hostel para dejar las super mochilas y entregar
el coche puntuales. Lo conseguimos, pero de lo que hicimos en la ciudad de los
bares os hablaré en otro momento J. Hasta entonces os deseo felices fiestas. Comed
mucho turrón y polvorones por mí!
“El turista no sabe donde ha estado. El
viajero no sabe donde irá.”
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